Ser padre es una labor titánica de gran responsabilidad pero también una misión que llena de sentido la vida, que impulsa a buscar ser cada día mejores, y que nos enfrenta a grandes retos ante los que no siempre nos sentimos preparados.
En ocasiones pienso que los hijos debieran nacer con un manual de instrucciones, ya que para la experiencia y responsabilidad de ser padres nadie está realmente listo. Los hijos son las personas más amadas en nuestra vida y sin embargo muchas veces no sabemos cómo ayudarlos, qué hacer, cómo reaccionar, qué decirles o aconsejarles ante situaciones delicadas. No sabemos si ser enérgicos o dejarles actuar libremente y tomar sus propias decisiones. Y al final acabamos repitiendo los patrones de crianza de nuestros padres, que en apariencia dan resultado para resolver los problemas de manera inmediata, en el mejor de los casos, pero a largo plazo dañamos su autoestima, se tornan rebeldes, deterioramos nuestra relación con ellos, y perdemos su respeto y confianza.
Ante un mundo que bombardea a los jóvenes con información muchas veces distorsionada y manipuladora, es imperativo tener una buena comunicación con ellos, basada en la confianza, el respeto mutuo y la cercanía afectiva. Tener éxito ya no se limita, como hace menos de un siglo, en formar una familia y tener una profesión. Requerimos con urgencia una educación que les dé bases sólidas para enfrentar el mundo, que les permita crecer con una buena autoestima, con la capacidad de tomar decisiones responsables, y de sentirse felices por ser quienes son. Educarlos en el amor, formar seres humanos con valores y que a la vez se sientan realizados no es tarea fácil.
La educación actualmente oscila entre el permisivismo y el autoritarismo. El permisivismo no define límites claros y los hijos pareciera que están buscando hasta dónde pueden llegar. Este estilo de educar hace que los padres sean laxos, tolerantes y serviles. El resultado son hijos que creen merecerlo todo, son déspotas, irresponsables, exigentes e intolerantes a la frustración, se quiebran fácilmente ante la vida, su autoestima está inflada y cuando algo no sale como quieren se desaniman y son infelices. En el otro extremo están los padres autoritarios, que son inflexibles, intolerantes, se enfocan en resaltar los errores y defectos de sus hijos y buscan someterlos a su voluntad. El resultado son hijos que mienten por miedo o para salirse con la suya: rebeldes, inseguros de sí mismos, con una autoestima disminuida, sin iniciativa, que buscan siempre la aprobación de los demás y se sienten desmotivados. Al interior de la dinámica familiar, normalmente el padre es autoritario y la madre permisiva o viceversa, incluso nosotros mismos unas veces somos permisivos y otras autoritarios. Esto crea mucha confusión e incertidumbre en los hijos, no saben qué esperamos realmente de ellos, somos incongruentes e impredecibles. Ambos extremos provocan muchos conflictos y problemas al interior de la familia, se crean fricciones produciendo heridas emocionales difíciles de sanar.
Por tanto, lo recomendable es crear un ambiente en casa en el que ellos se sientan seguros, respetados, aceptados y amados. Para lograrlo es necesario que los padres sean personas comprometidas y conscientes de qué tipo de persona quieren formar en sus hijos, y sean congruentes estableciendo límites claros y firmes, permitiendo a sus hijos tomar decisiones, ofreciéndoles opciones dentro de ciertos límites y que les facilite enfrentar las consecuencias de sus actos y decisiones, acompañándolos en un diálogo reflexivo.
Esta educación más democrática y humanista es más equilibrada, les da seguridad y certidumbre, son hijos que respetan a sus padres y confían en ellos. Los padres mantienen expectativas positivas acerca de sus hijos, se enfocan en sus aciertos y virtudes, y se los muestran para que sean conscientes de que son seres humanos valiosos y con un gran potencial. Estos hijos son personas positivas, seguras de sí mismas, responsables, motivadas y con una autoestima bien cimentada, por lo que son más felices.
Los padres, a su vez, somos personas con una historia de vida que en ocasiones ha sido dolorosa y ha dejado heridas difíciles de sanar, por lo que puede resultar complejo estar realmente presentes y disponibles emocionalmente para los hijos. Diariamente, en la comunicación cotidiana con la familia, experimentamos un torbellino de emociones difíciles de manejar pues nos remueven situaciones no resueltas de nuestra propia vida. Maximizamos y minimizamos nuestras emociones y las de nuestros hijos porque no sabemos qué hacer con ellas.
Existe la apremiante necesidad de un marco de referencia teórico práctico que nos ayude como padres a tomar decisiones sustentadas y positivas para la formación de nuestros hijos. Es por ello que en el Bachillerato UVG, Campus Coatzacoalcos, en cada cuatrimestre preparamos sesiones de Escuela para Padres sin costo, en ellas brindamos herramientas prácticas que ayudan en esta hermosa y desafiante labor de ser padres.
Agradecemos a Alma Esther Rodríguez Chavaje, Coordinadora y Orientadora de Bachillerato en UVG Coatzacoalcos, por la elaboración de este artículo.